Todavía quedan vestigios de La Finca, como todavía la llamamos. Mi papá compró una gran porción de tierra en las afueras de la ciudad y la cuidó como un tesoro. Recuerdo cómo se dividía entre tres grandes pasiones: las finanzas, la ganadería y el club rotario. Con la primera lograba el sostén económico más importante para la familia, con la segunda ejercía su amor por el campo y los animales y a través de la tercera tenía una vía de servicio a la comunidad.
En lo que te comparto hoy, me quedo con la segunda. De La Finca recuerdo nuestros juegos de infancia, las competencias de sapos, las “cirugías” que les hacíamos, las montadas a caballo y los paseos en carretilla de Adelso, ese ser especial que siempre estuvo al lado de mi papá con mucha lealtad y quien también nos consentía. Ahí aprendí a montar bicicleta y también a manejar. Son muchas las anécdotas que me llegan mientras escribo, parte de los tesoros del corazón, en los que se incluyen unas cuantas picadas de avispas en el antiguo naranjal.
Aunque en aquel tiempo no era consciente completamente, ahora que miro atrás sé que mi papá implementó un sistema modelo: se preocupaba por cruzar buenas razas de vacas productoras, llevaba anotaciones de los partos, el crecimiento y de todo el proceso que implica tener ganado de leche; tenía ordeño automático en un tiempo que la mayoría lo hacía manualmente, le ponía música clásica a sus vacas mientras las ordeñaba, en fin, amaba tanto la ganadería que investigaba y buscaba siempre innovar y poner en práctica lo que hacían los grandes productores de otros lugares más adelantados tecnológicamente.
El compró la finca poco tiempo después de yo nacer y la bautizó con mi nombre: Estancia Raquelina. Ahora me doy cuenta cómo estampó en mi vibración interna el legado, que tomo con brazos y corazón abiertos, de hacer lo que me apasiona, aquello que no necesita pago, que no necesita reconocimiento, eso que hago con gusto y hasta me divierte. Y en toda esta narración de La Finca, lo que quiero resaltar es el trabajo apasionado alineado con la misión y el propósito personal.
Leyendo por ahí encontré un dato estadístico que me llamó la atención: solo el 13% de la población mundial hace lo que le gusta y usa sus talentos y pasiones en su profesión. Este dato creo que está muy cerca de la realidad en muchos lugares, sobre todo en las urbes. Es como si el estar desconectado del propósito y de la misión personal fuera parte de lo “normal”. Es más, mucha gente ni siquiera sabe cual es su misión, a qué vino a esta tierra. Estamos todavía tan en la sobrevivencia, todavía nuestro cerebro reptil toma tanto protagonismo que elegimos por conveniencia económica, por necesidad del momento, por convencionalismos y hasta por creencias obsoletas. Pareciera que se ha perdido la capacidad de mirar los dones, de seguir los llamados, de hacerlos crecer y florecer. Por otro lado el enfoque en la excelencia intelectual expresada en calificaciones y títulos se destaca por encima del liderazgo, de la creatividad, de la inspiración y los sueños.
Aprendí de mi papá que el propósito puede ser una fuerza unificadora e inspiradora para impulsarte hacia donde quieres y hacerlo con gusto y disfrute ¡Qué afortunada me siento de amar lo que hago!
Y es que el propósito está ahí, llamando la atención de variadas maneras. A veces grita por dentro para que lo escuchemos y encontremos una vía de manifestarlo. Descubrir esas cositas que nos encantan y que cuando las hacemos se nos expande el pecho y nos llena de alegría. Esas cositas que nos hacen perder el sentido del tiempo y que nos encienden. Qué bendición es encontrarlo, cultivarlo y compartirlo con el mundo. Y no quiere decir que no aparecen los miedos, sí, ellos llegan y se convierten en aliados… Agradecida de mi legado, y contenta de lo que ha significado para mi, hoy te invito a que llenes tu vida de entusiasmo y significado. Vive una vida que ames totalmente.
Te deseo lo mejor!
Raquelina Luna
5-5-2018